A Nando López lo conocí como autor de Dilo en voz alta y nos reímos todos, una compilación de experiencias vistas desde el humor acerca de la docencia. Luego leí La edad de la ira, la historia de un puberto y cómo lidia con su situación familiar.
En esta novela no aborda por completo ninguno de los temas de las anteriores, pero sí se dejan ver las profesiones y sus enseñanzas. Conocemos a David, un hombre de 42 años cuya vida profesional no lo tiene satisfecho, su vida amorosa se empieza a derrumbar y su vida familiar le da más tristezas que alegrías. En medio de un nuevo proyecto, deberá recibir a su sobrino de 15 años y tratar de entablar una relación que no ha buscado en el pasado pero que es indispensable en el presente.
Los amigos de David son una pieza fundamental para su vida: se conocen desde el Instituto han sobrevivido a la adolescencia y la juventud para llegar a esta madurez, sino de sentimientos sí de edad, y juntos se ayudarán a pasar estos meses que compartimos con ellos.
La familia de David es, a simple vista típica: madre, padre, hermana, sobrino; pero en la práctica hay muchas dinámicas que se irán descubriendo y que le permitirán conocerse más a sí mismo.
David es un personaje que tiene más dudas que certezas, pero que hace lo mejor posible con la situación que le ha tocado, con las decisiones que ha tomado y con las metas que se ha propuesto.
Unai, el sobrino, es un personaje que parece al principio secundario pero quien conforme vamos leyendo, va cobrando importancia y de pronto me interesó saber más de él que del propio David. Un chico lleno de matices, cuyas acciones no se pueden ver como buenas o malas a seca sino como consecuencia de sus circunstancias.
Me gustó mucho el narrador que se escogió para esta historia: un personaje externo que funge como testigo e investigador, que incluso entrevista a los protagonistas para tener una visión más allá de lo dicho por David, quien se va involucrando y a quien le tomamos cariño.
También me gustó las diferentes formas de narrar que se incluyen: si, el narrador en tercera persona pero también un monólogo interior y esos fragmentos a modo de guion de cine, así como los diálogos con los personajes de los cuadros colgados en la casa.
Las referencias mitológicas, cortesía de los padres de David, también le dieron un toque que me gustó: comparaciones para poder procesar lo que van viviendo.
Una novela con una historia principal sencilla a simple vista pero que va mostrando las subtramas que a ratos cobran más relevancia para el lector.
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