domingo, 28 de febrero de 2010

El vestido

Ya teníamos la cita en el registro civil, ya teníamos la casa, ya teníamos (casi todo) lo de adentro, ya habíamos contratado el teléfono… ¿qué faltaba? Mmm… nada más el vestido. Si bien no estaba planeado un evento masivo, la idea era verse bonita, ¿no? Así que el lunes (sí, un día antes del matrimonio) mi mamá y yo nos dimos a la tarea de buscar el vestido indicado. Fue por mí a la salida del trabajo y fuimos a un centro comercial. Teníamos dos horas (más o menos) para encontrar el vestido. Y los zapatos.

Empezamos el recorrido y me medí un vestido rojo. Lindo, pero la verdad no me veía casándome de ese color. De hecho, antes de entrar al probador, al momento de elegir las prendas, me preguntaba a mí misma: ¿me veo casándome con este vestido? Así deseché bastantes, aún antes de probármelos. Cuando íbamos por la cuarta tienda, el desasosiego empezaba a inundarnos. Finalmente entramos a una tienda cara que no habíamos considerado, empezamos a recorrerla y casi al fondo, ahí estaba. Sólo para asegurarnos, me medí otros dos, pero el que nos había visto desde que entramos fue el elegido.

Pagamos y salimos a buscar los zapatos. La mala noticia fue que ya pasaban de las ocho y muchas tiendas ya estaban cerradas. Y luego, en una de las que todavía estaban abiertas, vimos unos que quedaban muy bien pero sólo eran de muestra. ¿Existen los zapatos “sólo de muestra”? Parece que sí. Ya con los ánimos por los suelos, entramos a la única tienda departamental que seguía abierta y ahí estaban: el tacón un poco demasiado alto (pero para ser sinceras, cualquier tacón era demasiado alto, ya que no los acostumbro) pero bien. No eran el tono exacto del vestido, pero combinaban. Alegría y felicidad.

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