A Andrés Acosta lo conocí primero como antologador de "Si ya está muerto, sonría" y luego como autor de las novelas juveniles Olfato y Subterráneos. En 2019 ganó el Premio Barco de Vapor con esta novela infantil.
Se trata de la historia de Magui una niña que vive con su papá, su mamá y sus dos hermanos, cuya principal preocupación es que Don Gato no quiere jugar con ella y quedarse quieto. Las cosas empiezan a ponerse raras en su casa, su papá decide irse sin decir a dónde ni cuándo volverá y la vida de Magui se irá haciendo cada vez más incierta.
Al ser testigos de la historia a través de los ojos de Magui, muchos elementos se escapan, ya sea porque se los ocultan o porque no sabemos cómo interpretarlos: poco a poco iremos armando el rompecabezas junto con ella para tratar de entender.
Sus hermanos mayores al principio actúan como tales: le hacen bromas y a veces no quieren estar con ella pero conforme avanza la historia también cambian: se preocupan más por ella y por apoyar en la situación que están viviendo.
En cuanto a los adultos, tenemos por un lado a los padres: el papá que toma la difícil decisión y la mamá que se queda con los hijos: será ella quien tendrá toda las responsabilidades, tanto económicas como afectivas y cuando el dinero no alcanza, empezará a ser creativa ya requerir del apoyo de toda su familia. Por el otro lado tenemos al resto de los adultos, especialmente los vecinos, quienes pasan de ser ambles, a dejarlos sin respuesta a sus saludos, a sacarles al vuelta por la calle.
A pesar de que la historia me tenía con el corazón apachurrado por tantas injusticias, creo que la esperanza que se vislumbra al final de la historia es un gran desenlace.
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