sábado, 8 de septiembre de 2012

Miedo

Nunca me había dado miedo vivir en pleno centro, ni siquiera en la zona donde vivo desde que me casé, que se supone que es muy horrible e insegura. Nunca me había pasado nada, aunque tanto a mi mamá como a mi suegra sí, no me había sentido asustada, hasta que me pasó a mí. Iba un tanto de prisa de mi casa a la casa de los estambres para luego pasar por mi amado esposo e irnos a comer. Iba rápido, sí, llevaba el tiempo justo. Escogí mis estambres y cuando finalmente me tocó pagar, no vi mi cartera. Me espanté pero lo primero que se me ocurrió fue que se me había olvidado en la casa, así que me regresé. Iba rápido y asustada, maldiciéndome por habérseme olvidado, porque se me iba a hacer tarde, pero sabiendo en el fondo que sí la había echado a la bolsa, que algo más había pasado. Llegué a la asa y obviamente no estaba, la busqué en todas partes y cuando finalmente acepté que no la iba a encontrar, le marqué a mi amado esposo. Como siempre, se oía calmadísimo y me dijo que iba a la casa. Mientras reuní los papeles de los bancos para empezar con los reportes. La de crédito, la de débito, la de despensa, la de la tienda departamental. Los más amables fueron los de la de débito, me preguntaron cómo estaba, si no me había pasado nada y si me podían comunicar a otro banco o con un familiar. Después de mil años en el teléfono, finalmente pude reportar todas las tarjetas y ya, echarme a rumiar mi miedo, mi susto y mi rabia. Luego las llamadas a las consanguíneas, porque nada más no me puedo acordar de cuáles teléfonos de emergencia tenía en las tarjetas que traía en la cartera, mi mamá agobiadilla pero tranquis, el resto de las consanguíneas en forma de muégano como siempre, preguntando cómo había pasado. Y como también traía datos de mi amado esposo, la llamada a casa de su mamá, obviamente acostumbrados a todas las desgracias del mundo, ni se inmutaron. Más tarde salimos mi amado esposo y yo por el estambre que no había podido comprar y aproveché para rehacer mis pasos y echarles una ojeada a los botes de basura de la zona, a ver si de pura casualidad habían tirado lo que no les servía, pero no, no hubo suerte. Creo que fue una buena idea salir acompañada porque sí me quedé espantada de que quien haya sido quien lo haya tomado, tiene todos mis datos y puede estar esperándome afuera de mi casa, ya no para quitarme las tarjetas si no para algo peor. Cuando andábamos en la calle me marcó mi mamá y ya estuvimos platicando en la casa, lo que me tranquilizó mucho (con todo y la costumbre de mi madre por justificar las acciones de todo mundo). Y ahora nada más me queda esperar a reponer las tarjetas, a las vueltas al banco y que no pase nada más.

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