martes, 5 de marzo de 2019

Ver pasar los patos

Antonio Malpica es uno de mis autores favoritos de Literatura infantil y juvenil. He estado adquiriendo sus libros y los he estado dosificando para no acabármelos en una semana. Por eso esta novela que compré en la FIL Guadalajara 2018 apenas la leí en marzo.

Se trata de la historia de Pepino García, un niño que vive en la Ciudad de México a principios del siglo XX cuando Pancho Villa era la sensación, su papá lo ponía como castigo a hacer planas y cuando sus papás se hacían ojitos durante un buen rato, lo mandaban a él y a su hermanito a ver pasar los patos. (Paréntesis familiar: en casa de mi mamá les decían que fueran a ver la hora en el reloj de Pachuca).

Me gustó mucho la forma de narrar de Pepino: le habla a su cuaderno porque le dijeron que a un diario se le puede poner nombre y se lo va cambiando conforme sus gustos del momento: un día es un pirata al otro es el acompañante de Sandokan.

Los amigos de Pepino son un grupo de chiquillos que se reúnen en la plaza a jugar, que huyen juntos de la bruja del barrio, que van al cine y al box a armar desorden. Cada uno tiene sus propios intereses además de los del grupo y cada uno desatará algún enredo del que deberán salir airosos, como cuando uno de ellos sospecha que el ladrón más buscado de México está de visita en su casa y en lugar de atraparlo, acaba con bigotes y pecas de tinta.

En cuanto a los adultos, tenemos por un lado a los papás: aparecen para dar consejos y regaños; las figuras lejanas como Pancho Villa; los personajes del barrio como los sacerdotes, la llamada bruja y los vendedores en las tiendas son a veces ayudantes y a veces impedimentos para sus objetivos.

Me pareció una historia prima-hermana de Al final las palabras, un libro que me dejó conmocionada por el final. En este caso, si bien los personajes se parecen mucho y el contexto es muy similar, la conexión con el presente (aunque también existe) no es tan devastadora como en aquella.

Una historia nostálgica, llena de recuerdos de una ciudad que ya no existe más que las fotos daguerre o en los cuadernos extraviados de los niños.

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