Pero ayer recibí una sorpresa y me di cuenta de que todavía se puede confiar en la gente. Corrí como el viento (arrastrando a mi marido, por cierto) para alcanzar la oficina central de correos antes de que cerrara a las 7pm. Temía que 10 minutos antes ya estuviera cerrada, pero no, llegamos 13 minutos antes y sí nos atendieron. Además de esa sorpresa, la persona que nos atendió, un señor ya entrado en años, fue de lo más amable del mundo: me dijo cómo cerrar bien el paquete, me prestó su cinta para pegarla, me dijo del servicio de rastreo ¡y todo acompañado de una sonrisa! Ya la cereza en el pastel fue que me chuleó el animalillo que iba a enviar.
Un aplauso para ese funcionario, que me atendió con amabilidad.
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