jueves, 11 de noviembre de 2010

Hacer o no hacer cita en el IMSS

Después de mi anterior visita al médico en el IMSS me dijeron que tenía que seguir un tratamiento de tres meses para controlar mi gastritis. El pequeño detalle fue que no me dieron receta para los tres meses sino para uno sólo y me hicieron una cita para volver al terminar esa dosis y ver cómo seguía.

Primero, ir a la farmacia de la clínica que me toca por mi domicilio (la tres, en el mismo espacio que el centro médico) es una verdadera locura. Ese día estuvimos en la fila casi una hora para que al llegar a la ventanilla, no tuvieran uno de los medicamentos del tratamiento. Viva. Me sellaron la hojita para poder regresar después, porque las nuevas recetas electrónicas tienen una leyenda que impide surtirla después de 72 horas de expedida. Me dan el número de teléfono de la farmacia para preguntar cuándo tendrán las pastillas. Pienso que para empezar el tratamiento de ambos medicamentos al mismo tiempo, puedo comprar el que no estuvo. Voy a la farmacia y me dan la buena noticia: la caja con diez paastillas cuesta $300, ¿perdón? Y me las tengo que tomar en la mañana y en la noche. Así que mejor me espero a la farmacia. Hablo durante cuatro días y nadie me contesta. Al quinto día, milagrosamente, me contestan y me dicen que sí tienen el medicamento. Por fin. Allá voy a la salida del trabajo y ¡sorpresa! hago menos de diez minutos de fila. Alegría y felicidad.

Llega el día de mi cita y allá voy. Salgo con un amplio margen de tiempo de mi casa, no vaya a ser que el camión no pase. Además, la asistente del consultorio me dijo que llegara 15 minutos antes. Pasa rápido el camión, se va rápido y llego no 15 sino 30 minutos antes. Ok, no hay problema, traigo un libro. Llego le entrego mi tarjetón a la asistente y lo apila con otro bonche. Me siento y me pongo a leer. Llega mi hora de la cita y nada. Las personas que llegaron antes que yo, con cita también, ahí siguen, esperando. Pasa media hora. Nada. Pasa otra media hora y me llama. Finalmente paso al consultorio, sólo una hora más tarde. Qué bien.

La doctora es muy amable, me pregunta, me revisa y me dice que hay que hacer análisis. Y recoger más medicamentos. Ok, voy a buscar dónde se hace cita para los rayos x. Hay una cajita de cartón y un letrero que dice: "Deje su tarjetón con la solicitud y nosotros le llamamos". Bien. Pero luego hay otro letrero que dice: "No hay citas para rayos x hasta enero 2011. A menos que sea mamografía." Tonces me acercó al que atiende y le pregunto que si sí dejo el tarjetón. Me dice que sí. Lo dejo. Me siento a esperar. Leo. Una señora se acerca a preguntar y le dan la cita en ese momento. Hablo con mi marido. Otra señora, lo mismo. Leo. Ahora un señor, lo mismo. Leo. Finalmente me habla y por un azar extraño, me da la cita para el mismo día de mi revisión. Por lo menos.

Voy a la farmacia. La fila gigantesca, por supuesto. Me formo. Saco mi libro. Conversaciones que no me interesan se me meten en las orejas. Leo. Espero. Avanzo un poquito. Leo. Llega el guardia a preguntar que de dónde voy. Cómo que de dónde voy. De qué clínica. Ah, de la tres. Ok, quédate en la fila. Nunca supe para qué preguntaba. Sigo esperando. Avanzo otro poco. Leo y leo. Después de un montón de páginas, llego a la ventanilla. Por otro azar maravilloso, ahora sí hay en existencia todos los medicamentos que necesito. Alegría y felicidad.

¿Qué podemos aprender de esta maravillosa experiencia? Que de nada sirve tener cita, igual vas a tener que esperar y esperar. Aunque eso sí, la asistente no te verá con reprobación ni te dirá que por qué no programas tus enfermedades para hacer cita.

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