Me gustan las historias de preparatorianos y de pubertos en general porque tienen ese tono esperanzador que da las infinitas posibilidades de la juventud, del "futuro por delante", de las decisiones que parecen definitivas pero nunca lo son.
En cierto sentido dar clases también tiene ese tono: cada ciclo escolar es un inicio con su frescura y cada cierre es una apertura a esas posibilidades que siempre existen: el hecho de ya no ser puberta no quiere decir que la vida esté decidida y eso es difícil (y a la vez maravilloso) de aceptar.
Si bien me costó trabajo recuperar a los personajes, una vez que volví a entrar en el ritmo de escritura de Jenny Han me pasó que quería y no quería terminar el libro: sabía que sería el último capítulo de esta historia y que no volverían los personaje y al mismo tiempo quería saber qué cierre había decidido la autora.
Por un momento tuve el temor de que se convirtiera en una historia de las que hay muchas, de tristeza infinita y ya pero supo manejar bien el suspenso, los momentos sensibles y dramáticos tanto como las alegrías y los cambios.
Me gustó mucho la novela, el final que se decidió para los protagonistas y sobre todo, la sensación de futuro que deja el leerla.
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