Hace dos entradas me di cuenta de que había encontrado lo que deseaba hacer con mi vida. ¿Qué ha pasado desde entonces? Que no es tan sencillo como decidirlo y hacerlo, que hay mil variantes que no había considerado y que lo que uno ve con claridad en la soledad de sus decisiones, ya no se ve tan claro cuando lo comparte, con el compañero de vida, por ejemplo.
Cuando le digo a la gente que voy al gimnasio, a veces incoscientemente, a veces totalmente a propósito, me ven de arriba a abajo. Para mí, ir al gimnasio consiste en regalarme una o dos horas para mí. No para pensar, que eso lo hago con gran asiduidad, no precisamente para no pensar. Después de la entrada en donde descubría y aceptaba ante mí misma ese deseo, vino la temporada pesada en el trabajo oficinil. Y lo que me mantuvo cuerda durante esos meses fue precisamente la actividad física. Defender esas dos horas a la semana para mí marcaron la diferencia entre de plano tirar la toalla y seguir yendo día tras día a la oficina. Hubo días en los que me daban ganas de llorar, días en que estaba de malas, días en los que creía que no iba a aguantar pero saber que llegaría el lunes o el miércoles y que iba a olvidarme de todo durante una hora, fue esencial. Para muchos una clase de baile ni siquiera cuenta como ejercicio en forma pero para mí fue indispensable.
Recuerdo que cuando empecé a ir al gimnasio hace unos años lo hice para mantenerme ocupada y me di cuenta de que me servía para no pensar. Seguir la clase, los pasos, los golpes, las repeticiones, requiere de toda mi atención. Además me permite reconciliarme con mi cuerpo. Hace unos días mi único tío materno me decía que a su primer hijo lo programó para que fuera inteligente y guapo y que a su segundo hijo lo está programando para que además sea "fortachón". A mí, consciente o inconscientemente, mis consanguíneos me programaron para confiar en mi capacidad intelectual y no en mi capacidad física. Le decía a mi amado esposo que seguramente cuando era niña me dejaron caer varias veces y que por eso ahora me da tanto miedo caerme, de andar en bicicleta, de la pelota en el gimnasio, de algunos ejercicios. Pero él me decía que no, que seguramente fue al contrario, que me cuidaron tanto de que no me cayera que por eso me da miedo. Sea cual sea la razón para mí ir al gimnasio es vencer esa "programación", es confiar en mi cuerpo y aprender que sirve para más cosas, que puedo hacer 10, 15, 20 repeticiones, que puedo seguir una coreografía de box o de baile, que puedo trotar 5 kilómetros, que puedo levantar 20 libras.
Así que ahora necesito transmitir esa confianza al objetivo que me planteé hace 8 meses y ver si de verdad esa claridad de pensamiento me va a llevar a una buena decisión o si necesito más horas de gimnasio para no pensar.
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