martes, 11 de enero de 2011

8/30 antes de 30: los burros

Ayer fue el día B, b de burro, de burro Igor. Después de más de diez años de coleccionar peluches, ayer todos se fueron de mi casa.

Cuando me preguntan por qué me gusta este personaje, no sé qué contestar: simplemente me parece más honesto que todos los demás o me prendé de él en un momento de mi vida en el que me sentía como si hubiera perdido mi colita con listón rosa.

El caso es que a lo largo de los años reuní un montón de burros. Primero estaban encima del librero, muy acomodados. Pero luego rebasaron ese espacio y se fueron diseminando a lo largo de mi cuarto. Un día de limpieza, los metí a casi todos en una caja de plástico comprada específicamente para ese fin y sólo dejé afuera los más recientes. Que luego fueron demasiados y la montaña de burros ocupaba una esquina entera del cuarto. Cuando me casé no quise deshacerme de ellos y me los llevé a mi nueva casa en esa caja de plástico y seis bolsas grandes de plástico, ¡seis! Obviamente se fueron al closet del cuarto número 2 y ahí durmieron el sueño de los justos los pasados once meses. En las vacaciones de invierno decidí que ya era momento de hacer algo con ellos. De casualidad, una de mis tías acababa de llevar ropa que ya no usaba a un orfanatorio de niñas y me pareció una buena idea darle los burros a ellas. Ya sea que se los queden y jueguen con ellos o que los lleven a vender y de ahí obtengan recursos para sus necesidades, estarán muy bien aprovechados.

Y antes de llevarlos, les hice una sesión de fotos en el escenario que me hizo mi marido, así siempre los voy a tener en foto y podré acordarme de todos ellos.

Una palomita en otro de mis propósitos antes de los 30.





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